Lo que empezó como una estrategia de supervivencia estatal, hoy es una ventaja geopolítica. Una ciudad digitalizada es más difícil de desestabilizar. Un Estado interconectado es más ágil frente a amenazas. Y una sociedad digitalmente educada es menos vulnerable ante el caos informativo global.

En un rincón del Báltico, con apenas 1.3 millones de habitantes, Estonia tomó una decisión radical que transformó su destino. Cuando recuperó su independencia en 1991, no solo rompía con la Unión Soviética: rompía con su modelo de Estado. Entendió dos cosas:
- No quería parecerse al régimen del que salía.
- No podía replicarlo, aunque quisiera: no tenía los recursos para sostener una burocracia masiva.
En ese vacío, hizo una apuesta audaz: construir un Estado digital, transparente, eficiente y centrado en el ciudadano.
No fue fácil. Pero contaban con un activo valioso: talento técnico. En tiempos soviéticos, Estonia había sido un nodo clave en criptografía y supercomputación. Con decisión política supieron convertir ese capital en una estrategia de desarrollo.
El modelo: principios de una infraestructura digital soberana
La digitalización de Estonia no fue solo una mejora técnica: fue una transformación ideológica y estructural. El modelo se basa en una arquitectura descentralizada, interoperable y abierta, donde las instituciones pueden integrarse como si se tratara de código abierto. Se garantizan transacciones seguras mediante blockchain, se evita el arrastre de sistemas heredados (no legacy), se aplica el principio de “una sola vez” para el ingreso de datos, y se promueve una transparencia radical, donde cada ciudadano puede ver qué información tiene el Estado y cómo se usa.
Esta infraestructura convirtió a Estonia en el primer país del mundo con el 100% de los servicios públicos disponibles online, 24/7, un paraíso burocrático. Como resultado: el 99% de las transacciones bancarias se realizan digitalmente, el 98% de las empresas se crean online, el 98% de las declaraciones impositivas se completan en menos de tres minutos, y el 99% de los pacientes accede a su historia clínica digital. A eso se suma un ahorro estimado del 2% del PBI y un ecosistema que lidera el ranking PISA en Europa y la cantidad de unicornios per cápita en el mundo.
Autonomía en tiempos de inestabilidad
Estonia no digitalizó solo para ser eficiente. Digitalizó para sobrevivir. Comparte frontera con Rusia, convive con una importante minoría rusa y fue víctima, en 2007, de uno de los primeros grandes ciberataques globales.
En un contexto marcado por la guerra en Ucrania y la tensión geopolítica, entendió que su soberanía no podía depender solo de la fuerza física, sino de su inteligencia digital. Con los países de la OTAN aumentando su gasto en defensa y seguridad, Estonia se posiciona como un centro de innovación en la industria.
Por eso se convirtió en un hub global en soluciones hight-tech y de ciberseguridad, defensa inteligente e innovación estratégica. Hoy:
- Alberga ejercicios anuales de la OTAN en ciberseguridad
- Organiza la Semana de la Defensa de Estonia
- Lanza fondos como el Estonia Defense Fund (100 millones de euros para startups)
- Impulsa empresas como Bolt hacia desarrollos duales civiles-militares
- Promueve el concepto de Smart Defense, con IA y alta tecnología en tareas críticas de defensa
- Se posiciona como proveedor global de soluciones accesibles y seguras
Estonia ha demostrado que en un mundo inestable, la soberanía se construye con capacidad tecnológica, infraestructura digital segura y una ciudadanía preparada.
Smart Cities, autonomía estratégica y política internacional
El caso estonio permite pensar a las Smart Cities más allá de lo urbano: como plataformas de proyección internacional, defensa y soft power.
Digitalizar trámites, interconectar servicios públicos, garantizar transparencia o reducir costos operativos son solo los primeros pasos. Cuando estos procesos se combinan con una visión de largo plazo —donde intervienen la ciberseguridad, la inteligencia artificial y el talento local—, lo que emerge es algo más profundo: un actor político resiliente y con capacidad de influencia.
Estonia entendió esto muy temprano. Lo que comenzó como una necesidad técnica se consolidó como una ventaja geopolítica estratégica.
Pensar en Smart Cities en América Latina no puede limitarse a copiar modelos de eficiencia. Tiene que ser parte de una visión más ambiciosa:
- Construir capacidades propias
- Aprovechar el talento local
- Desarrollar infraestructura digital pública
- Impulsar el desarrollo económico
- Fortalecer la autonomía estratégica de nuestros países
Porque en el siglo XXI, la soberanía no se juega solo en las fronteras físicas. Se disputa en el campo del conocimiento, de los datos y de la infraestructura digital.
Y desde ahí, las ciudades pueden —y deben— ser protagonistas.