Después de más de un año y medio de trabajo y organización, tuve el honor de coordinar y acompañar una delegación de funcionarios públicos argentinos en un recorrido por Finlandia y Estonia, con el objetivo de conocer de primera mano experiencias en ciudades inteligentes, digitalización estatal y transformación educativa. Pero más que un viaje de inspiración, fue una confrontación con una verdad incómoda: el poder no se hereda, se construye. Y quien no lo construye, queda fuera.

Finlandia y Estonia son países jóvenes, de poblaciones reducidas, marcados por historias atravesadas por guerras, invasiones y la presión constante de imperios vecinos. A lo largo del tiempo, potencias como Rusia y Suecia moldearon sus idiomas, economías y culturas. Sin embargo, en las últimas tres décadas han logrado consolidar Estados resilientes, eficientes y profundamente digitales.
Lo relevante no es solo lo que hicieron, sino por qué lo hicieron.
Ambos entendieron que, en un mundo incierto y competitivo, la tecnología no es solo eficiencia ni modernización: es defensa, autonomía y proyección internacional.
· En Estonia, donde todos los trámites estatales son digitales, la transformación fue una respuesta directa a su independencia tras la disolución de la URSS: no podían sostener una burocracia tradicional.
· En Finlandia, el desarrollo de un Estado de Bienestar potente, digital y cohesivo fue una estrategia para reforzar su estabilidad interna frente a un contexto geopolítico desafiante. Es el tercer país con más patentes en innovación per capita, luego de Corea del Sur y Alemania.
Hoy ambos países figuran entre los primeros del mundo en educación, desarrollo económico y calidad de vida. Son el origen de unicornios tecnológicos globales —como Skype, Wise, Bolt— y compiten por ser el verdadero “Silicon Valley” de Europa.
En ambos casos, la digitalización no es un accesorio moderno. No se trata solo de brindar mejores servicios públicos. Es parte de una doctrina de defensa nacional:
· Estonia la integra en su enfoque de “defensa total”, donde la infraestructura digital civil forma parte de las capacidades estratégicas del país.
· Finlandia promueve la interoperabilidad entre los sistemas civiles y militares.
· Ambos invierten en ciberseguridad como componente clave de su gasto en defensa. Desde 2010 la OTAN y Cooperative Cyber Defence Centre of Excellence (CCDCOE) hacen sus ejercicios anuales en Estonia.
Estas decisiones no son tecnocráticas. Son profundamente políticas.
Este viaje nos dejó una convicción: las smart cities no son únicamente entornos urbanos eficientes o participativos. Son nodos estratégicos del Estado.
Su infraestructura digital —sensores, cámaras, datos, inteligencia artificial, identidad digital— responde a lógicas de control, prevención, soberanía y proyección. La ciudad inteligente no es solo un laboratorio urbano: es una plataforma de poder, una vitrina de estabilidad, una señal de sofisticación técnica hacia adentro y hacia afuera.
Frente a esta perspectiva, Argentina no puede limitarse a preguntarse “qué modelo copiar”.
La escala reducida y la escasez de recursos de Finlandia y Estonia, lejos de ser una desventaja, fueron catalizadores: aprovecharon su talento técnico local para experimentar, testear y escalar modelos de digitalización total con agilidad, hasta convertirse en verdaderos paraísos burocráticos, donde el Estado opera con precisión quirúrgica. Pero esa transformación no fue espontánea: requirió una estrategia deliberada y una decisión política sostenida en el tiempo.
Argentina parte de otro punto: un país vasto, con una estructura institucional fragmentada y desigualdades profundas. Pero también con capacidades distribuidas y oportunidades únicas, si logramos alinear prioridades y recursos.
En un mundo donde la infraestructura digital es tan estratégica como los recursos naturales o las capacidades militares, la transformación digital no es una mejora técnica. En la era de la sociedad del conocimiento y en la 4ta revolución industrial es una decisión de poder.